lunes, 13 de julio de 2009

Cantos de clave y la criolla

Otro género cantable creado en la zona aledaña al puerto de la ciudad de la Habana, surge a principios de siglo, titulado Cantos de clave. Más tarde se extiende este género a otros barrios y ciudades como Matanzas, Cárdenas y Santi Spíritus.
Verdaderas agrupaciones surgen como Coros de Claves mixtas y al estilo de los Orfeones peninsulares.
Cada Clave tenía su local de ensayo y un tonista que fijaba la tonalidad del canto mediante una diana o tarareo vocal.
Contaba además de un solista o decimista que improvisaba las glosas melódicas literalmente de acuerdo con la naturaleza de las coplas entonadas por el coro.
El censor cuidaba del mejor uso del idioma. Podemos nombrar algunas claves como La Unión, El Arpa de Oro, cuyo esplendor relucía en las fiestas navideñas.
Estos cantos de claves constituían una aleación de elementos africanos e hispanos. Lo español estaba presente en la línea melódica, giros, supervivencias y presencia frecuente de cadencias de música campesina.
Por otra parte, habiendo surgido las Claves en barrios humildes de la población predominantemente negra, inevitablemente quedaba el sello de una afrocubanía fuertemente implícita, ya que no se usaban tambores sino en suave repiqueteo producido por un percusionista en la tapa de una vieja vihuela sin cuerdas, que llamaban viola o bajo, junto a las propias claves.
A partir de esta Clave folklórica se originan nuevas variantes, como la Clave ñáñiga empleada en dialecto de los abacá y la también llamada
Clave teatral, cuyo desarrollo y máxima elaboración corresponde al notable músico cubano nombrado Jorge Anckermann, quien fuera pianista, compositor y director de orquesta.
Otros trovadores también cultivan el género adaptándolo a su estilística. Podemos decir que la Clave folklórica en el teatro sirvió de punto de partida a la creación de un nuevo género en la música popular llamada la Criolla.

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